La Guardia Civil en primera persona.
Reto de aprendizaje: ideas para el cambio
En este último reto, como agentes generadores de ideas
para el cambio, debemos transmitir una idea para generar ese cambio tan
deseado.
Mi propuesta pasa por el arte para la igualdad, contar las vivencias en formato breve, cuentos cortos, microrrelatos con la idea de buscar lectores activos con ganas también de buscar y generar esos cambios que son tan necesarios.
Inicialmente presento tres microrrelatos, que tengo intención de ir aumentando. Son vivencias personales. Son mi realidad.
No sólo espero que te guste y disfrutes "viendo" la realidad de lo que acontece, sino que te propongo que tú también dejes tu microrrelato, tu vivencia, sea del sector que sea de la AGE, o no. Cuenta esas situaciones que has vivido, o que has visto, seas hombre o mujer.
Estoy convencida
que sacar a la luz estas historias vividas ayudarán a visibilizar situaciones que como espectador se viven diariamente de una manera, pero si oyes
a los actores o actrices principales de cada historia, pueden sorprenderte y hacerte cambiar ciertas actitudes que quizá estemos permitiemdo.
¡Cuéntanos, queremos conocer!
La
Guardia Civil en primera persona.
Por
AnaK.
1. Lloré por ella.
Atendía feliz como cada día mi trabajo en la oficina de atención
ciudadana en aquel cuartel de la Guardia Civil al que hacía tres meses que
acababa de llegar. Con casi 12 años en el Cuerpo y conociéndome de la unidad de
la que venía, valoraban mi trabajo. Entretenida como estaba, sonó el teléfono y
descolgué con cierta premura. “Ha venido una mujer para denunciar por violencia
de género”, me avisaba el compañero al otro lado.
Mientras organizaba el escritorio de documentación antes de salir
a atenderla, pensé en el año escaso que llevábamos en España con la Ley
Integral de Violencia de Género. No se me olvidará aquel primer día que entró
en vigor en el año 2004, me tocó como guardia civil y, entre la jueza, la
secretaria judicial y las abogadas susceptibles de vernos involucradas en caso
de incidencia, nos unimos y reforzamos nuestro espíritu profesional en pro de
un buen trabajo ese primer día, que finalmente no llegó. Sería unos cuantos
días más tarde.
Esto iba yo pensando mientras salía a atender a la señora cuando
un gélido aire encogió mi piel al verla. Estaba sola, de pie, podría tener poco
más de 30 años, rubia, algo delgaducha, esbelta, guapa. Sus ojos se clavaron en
los míos, noté que ella sintió mi frío. Mediamos muy pocas palabras, la hice
pasar de inmediato a mi despacho y le pedí que se sentara. Comencé dándole unos
segundos antes de empezar como siempre hacía con víctimas de violencia de
género; realmente creo que ese día fue a mí a quien se los di. Profesional
siempre en mi trabajo y resuelta como era, verla ante mí… su cara… esos golpes…
no me había encontrado jamás nada igual.
Le pedí que me contara, notaba mi voz quebrada, me dolía lo que
estaba viendo. Ella, aparentemente tranquila, sin odio en sus palabras, sin
reproches, relataba una serie de hechos con su pareja en la que justificaba uno
tras otro. No había rabia, no había llanto, solo el dolor que transmitían los
hematomas y los golpes de su cara. Noté que me empezaba a temblar el estómago y
que mis ojos se empezaban a humedecer. Agaché la cabeza al teclado y sintiendo
que no aguantaba más, me levanté mientras le indicaba mi ausencia unos
instantes. Abrí la puerta auxiliar detrás de mi mesa, entré, cerré y me quedé
pegada tras ella dejando que cayeran por mis mejillas las lágrimas que ella ya
no tenía. Llorar jamás había estado presente en mi trabajo pese a todas las
miserias y penas que veía a diario. Jamás he vuelto a llorar durante el
trabajo.
Años más tarde hubo una campaña de violencia de género donde se
veía a una mujer joven que, sentada frente al espejo, empezaba a quitarse el
maquillaje y poco a poco iba dejando al aire los golpes y hematomas escondidos.
Esta campaña siempre me traía a la memoria aquel día. Desde entonces, Tras más
de quince años, no he vuelto a ver nada igual.
2. La dichosa silla de colegio.
Aquella mañana me dirigía en coche a entregar el parte de confirmación de mi baja laboral. Aunque iba de acompañante el viaje ya se me hacía pesado, mi embarazo casi en el octavo mes resultaba algo agotador. Mi barriga no paraba de crecer. Cuando causé baja el peto del uniforme ya no me cogía la barriga. Era mi primer hijo y estaba ilusionada. También tenía miedo. Iba distraída escuchando en la radio los números que salían del bombo y el gordo ya había salido. Como cada año ese 22 de diciembre me tocaba celebrar el día de la salud.
Estaba sana y el embarazo había ido bien si no fuera por la
incómoda situación que había vivido en el trabajo. Me habían contado las
guardias civiles embarazadas anteriores que a ellas en el mismo destino las
habían tenido trabajando en servicio de seguridad y protección sólo de noche, de paisano y con la pistola en un bolso
de mano, acababan irremediablemente dormidas de madrugada en un sofá de las
dependencias de control y seguridad. A mi nada de esto me pasaría, yo era
suboficial.
Equivocada, tuve que solicitar una adaptación del puesto de trabajo acorde
con mi nueva y temporal situación. “¿Lo más rápido?”, me dijeron, “date de baja”. Yo quise trabajar, mi
salud y mi embarazo así me lo permitían.
Cuando llegó mi uniformidad oficial de embarazada y con la resolución
de un puesto de trabajo adaptado a mis circunstancias, recuerdo la mañana que bajé
para comenzar mi jornada laboral. Me asignaron como lugar de trabajo una silla de colegio en el lateral de la
mesa que ocupaba un guardia civil. Aquello me sorprendió y
desde aquel momento consulté al jefe de la oficina si sería ese mi puesto de
trabajo durante mi tiempo allí. Tras breve entrevista con el capitán volvería
indicándome que efectivamente mientras no hubiera otra mesa libre por ausencia
de uno de los miembros de la oficina (eran 3), usaría aquella silla.
Mi tarea asignada consistía en revisar una por una las
fichas de los libros de detenidos desde la entrada en vigor de la última
normativa vigente. Durante semanas, las mismas en las que veía crecer mi barriga,
realicé la tarea encomendada. Cuando finalicé lo comuniqué y la respuesta fue, “revisa
nuevamente el trabajo realizado”. Era vísperas del puente de la Constitución y
pensé entonces que no tenía ningún valor que estuviera en aquella oficina,
máxime cuando los que allí estaban destinados no veían con agrado la presencia
de una cuarta persona que observara los chanchullos en sus horarios laborales de entrada
y salida, idas y venidas. Durante ese tiempo no fue agradable y en
ningún caso apropiado, pero era lo que me tocaba, fuera o no, tirante la
situación.
En esto estaban mis pensamientos cuando observé que ya había llegado
al lugar de trabajo y, tras quitar con cierta dificultad el cinturón de seguridad
por el tamaño de mi barriga, bajé del coche y entré en la oficina para entregar
el parte de baja.
“Ven un momento por aquí”, me invitó mi capitán en tono cordial
hacia su despacho. Entré tras él y al sentarse, (a mi me dejó en pie), comenzó a
realizar una serie de preguntas relacionadas con mi puesto de trabajo asignado durante
el embarazo poniendo cada vez más cara de enfado y levantando cada vez más la
voz.
Entendí rápidamente que mi propuesta realizada al Consejo de la
Guardia Civil de protección al embarazo, había llegado a mi unidad. Junto a la
misma, había enviado al Consejo una foto de mi puesto de trabajo temporal por
embarazo como ejemplo. Me llamó desleal, mentirosa, que cuándo le había dicho
yo a él nada, que siempre me había tratado bien…
No me quedé callada esta vez, nerviosa pero contundente y dando
respuesta a lo que él me preguntaba contestaba sin contener lo que llevaba por
dentro sobre la inapropiada situación vivida. Me llegó a echar de su despacho a
gritos en varias ocasiones, pero por respuesta encontró a una mujer con la
barriga en la boca que se negaba a irse “hasta que Vd no me escuche a mí.” No
perdí ni la educación ni la disciplina, pero sí recuerdo que aquel día hablé a
un superior bajo la creencia de que no lo era. Un mando de la Guardia Civil no
podía hacer cuanto hizo conmigo y con otras tantas mujeres guardias civiles
embarazadas…
3. Tú no tienes número.
Aquella tarde llevaba dos horas de servicio cuando se realizó el
cambio de turno del cuerpo de guardia. Aunque había estado esas dos horas de
jefa, en el cambio de guardia entraba un suboficial más antiguo que yo
y le tocaba a él como jefe poner los puestos de trabajo del personal
de la guardia. Era una situación anormal coincidir dos suboficiales, pero mi
reducción de jornada concedida traía algunos días esta incidencia.
El servicio por desempeñar era de seguridad y control del edificio
principal de la Guardia Civil en la provincia. Además, como estaban los calabozos,
nos encargábamos de la custodia de los detenidos antes de ser presentados
a la autoridad judicial.
Tras los saludos iniciales el sargento más antiguo comenzó a
repartir los número a las mujeres y hombres guardias civiles que conformaban
aquel turno e indicó a cada persona su lugar y las tareas a realizar.
Cuando finalizó el reparto y el personal comenzó a ir al lugar
ordenado, me miró y con una sonrisa me dijo: “Uy, tú no tienes número, a ti te
mando a limpiar los calabozos…”.
Lo más grave no es que me lo dijera a mí en aquel momento ancho por tener espectadores, es “una
broma” eso está claro, sino que ese "chiste" lo hacía sólo con el personal
femenino de la escala básica y lo hacía en más de una ocasión. Peculiaridad, la edad del suboficial "gracioso" era en torno a la mía
entonces, más o menos cuarenta años.
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